‘La casa de los espíritus’ de Isabel Allende

Año de publicación: 1982

Nº de páginas: 454

Editorial: DeBolsillo

La casa de los espiritus narra la saga familiar de los Trueba, desde principios del siglo XX hasta nuestra época. Magistralmente ambientada en algún lugar de América Latina, la novela sigue paso a paso el dramático y extravagante destino de unos personajes atrapados en un entorno sorprendente y exótico. Una novela de impecable pulso estilístico y aguda lucidez histórica y social.

A pesar de que pueda parecer un halago excesivo, me he encontrado ante una novela con todo el sabor de ‘Cien años de soledad’ de Gabriel García Márquez y la he disfrutado como corresponde. Una historia familiar en la que la alegría, la tristeza y la magia están presentes constantemente y en la misma medida. Un relato que se extiende a lo largo de varias generaciones y cuyo peso recae sobre unos personajes memorables que están destinados a las vivencias más pintorescas e intensas. El segundo elemento crucial lo forman, sin duda, los espacios en que se desarrolla la acción, que acaban adquiriendo unas características casi humanas. Las Tres Marías, con su ley propia y sus habitantes embrujados y, sobre todo, la propia casa de los espíritus, que sobresale de entre las páginas con una fuerza particular. Al final, personajes y espacios se funden y se quedan entre nosotros durante mucho tiempo después de la lectura, repitiendo precisamente el patrón de esos fantasmas omnipresentes que habitan la casa familiar.

Para Alba, que había vivido hasta entonces sin oír hablar de pecados ni de modales de señorita, desconociendo el límite entre lo humano y lo divino, lo posible y lo imposible, viendo pasar a un tío desnudo por los corredores dando saltos de karateca y al otro enterrado debajo de una montaña de libros, a su abuelo destrozando a bastonazos los teléfonos y los maceteros de la terraza, a su madre escabulléndose con su maletita de payaso y a su abuela moviendo la mesa de tres patas y tocando a Chopin sin abrir el piano, la rutina del colegio le pareció insoportable.

La lejanía con que a veces se nos muestra la historia, contrasta brutalmente con el desgarro con que vivimos algunos otros momentos de la misma. El tinte político que mancha todos los acontecimientos hacia el final del libro nos separa dolorosamente del hechizo inicial. Esta confrontación con la realidad, aunque sin desvelar nombres reales, incluye referencias directas al golpe de Estado de Pinochet. De igual manera, el Poeta al que se sitúa a menudo en las reuniones bohemias de la casa de los espíritus acaba revelándose de manera evidente como una referencia a Pablo Neruda.

Hay algo esencialmente femenino, a veces agazapado y a veces gritando a pleno pulmón, en todas y cada una de las páginas. Las mujeres de esta novela se abren camino como la hiedra a través de circunstancias desafortunadas y hombres ajenos a la riqueza y profundidad de su mundo interior o la fuerza de los lazos entre ellas. Son, sin duda, el pilar fundamental de toda la obra.

Una lectura genial, especialmente recomendada para los que disfrutan con el realismo mágico y las sagas familiares.

Mi versión de la portada:

‘El maestro y Margarita’ de Mikhail Bulgakov

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Título original: Мастер и Маргарита

Año de publicación: 1966

Nº de páginas: 486

Editorial: Alianza

Moscú, 1930. Sobre la ciudad desciende Satán bajo la forma de un profesor de ciencias ocultas. A partir de entonces, se suceden fenómenos prodigiosos que trastornan la vida de los moscovitas. Entre los afectados está Margarita, a la que Satán ofrece, a cambio de su compañía en una fiesta, la liberación de su amante, el Maestro, que se encuentra en un psiquiátrico después de la mala acogida de su obra sobre Poncio Pilatos (que esconde a la figura de Stalin) y Ga-Nozri. Margarita accede y Satán, conmovido por el amor de ambos, los lleva al más allá, donde disfrutarán de la plenitud de su amor.
El Maestro y Margarita, escrita entre 1928 y 1940 y publicada en 1966, son tres novelas en una: la crónica del Moscú enloquecido por Satán, la historia de los protagonistas, relacionada con el mito de Fausto, y el desarrollo de la propia novela del Maestro. Por su gran aliento poético e intención crítica es sin duda una de las obras maestras de la literatura del siglo XX. 

Si buscamos una palabra para definir esta obra, la más acertada podría ser «caótica». Leer este libro es como montar un caballo desbocado. La llegada a Moscú del diablo y sus pintorescos secuaces provoca una cadena de acontecimientos inauditos que nos llevará a conocer una variedad de personajes y escenarios de la Rusia soviética de los años 30. El tinte humorístico que cubre toda la obra sirve para suavizar en cierto modo las circunstancias sociales pero sin pasar por alto ninguna de sus carencias. De hecho, no fue publicada hasta más de 20 años después de la muerte de su autor y, aún así, lo hizo en una versión recortada por la censura.

Es imposible desvincular este libro de la fuerte carga política que subyace en sus páginas pero, con todo, también es muy posible disfrutar de él en su aspecto más puramente estético. Las imágenes creadas por el autor tienen a menudo un carácter arrollador y muchas veces un marcado enfoque de realismo mágico. En especial, me ha cautivado el capítulo «El vuelo», donde Margarita, desnuda y montada en una escoba, sobrevuela las calles de la ciudad protegida por la invisibilidad de la brujería, creando el caos y el desconcierto y alcanzando el clímax de la liberación.

Margarita colgó el auricular. En el cuarto de al lado se oyó el paso de alguien que cojeaba y como si algún objeto de madera golpearse la puerta. Margarita la abrió y entró bailando en el dormitorio la escoba con las cerdas para arriba. El palo redoblaba en el suelo, daba patadas en intentaba salir por la ventana como fuera. Margarita dio un grito de alegría y se montó en la escoba. Sólo entonces le pasó por la cabeza la idea de que con todo aquel lío había olvidado vestirse. Siempre galopando sobre la escoba se acercó a la cama y cogió lo primero que encontró a mano: una combinación azul. Moviéndola como si fuera un estandarte, echó a volar por la ventana. El vals sonó con más potencia.

Los personajes de Voland, Asaselo, Koróviev y Popota nos acaban cayendo simpáticos a pesar de todos los altercados que provocan a su paso. Vemos en ellos, de manera más o menos directa, un claro desafío al régimen reinante, al orden impuesto y la paz ficticia de Moscú. Todas las líneas argumentales terminan por confluir en una maraña inexplicable para la mayoría de los implicados aunque aparentemente no para las milicias, que acaban atribuyendo todos los episodios esperpénticos a un caso de hipnosis colectiva. Al final, nos quedamos con que ni el Diablo es tan malo como lo pintan, ni lo que debería ser bueno -la burocratizada sociedad soviética- es tan infalible.

En resumen, esta obra es todo un canto a la fantasía y la imaginación más vivas, concebida en unas circunstancias en las que cualquier manifestación de este tipo habría fallado a la hora de pasar la criba. Es una suerte, por tanto, que podamos disfrutar de ella hoy en día. Muy recomendable para todos los que aprecien la poesía visual de una prosa extraordinaria.

Mi versión de la portada:

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‘Industrias y andanzas de Alfanhuí’ de Rafael Sánchez Ferlosio

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Año de publicación: 1951

Nº de páginas: 133

Editorial: Austral

Alfanhuí era amigo de los lagartos y del gallo de una veleta que le enseñó mucho sobre los colores. Estudió con un taxidermista cuya criada se puso verde y se murió. Alfanhuí vive las aventuras como espectador que las adapta a una cotidianeidad fantástica en la que nada es estridente. Entre una y otra andanza va creciendo e l protagonista, cual Lazarillo moderno, entre los viejos pueblos y la polvorientas rutas que pinta magistralmente Sánchez Ferlosio.

Leer este libro se parece mucho a contemplar una pintura de gran formato llena de elementos, signos y colores que se entrelazan, se acercan y se alejan para crear una cálida sensación de sorpresa.  El realismo mágico que impregna toda la obra nos muestra una infinidad de imágenes y personajes pintorescos con una fuerza tremenda. Es difícil no verse transportado por las aventuras extraordinarias del pequeño Alfanhuí mientras recorre España en busca de fortuna.

La pensión era un piso pequeño que daba a un patio interior, oscuro y todo lleno de fresqueras con agujeritos. También había, de ventana a ventana, y en todos los pisos, alambres para colgar la ropa. Y cuando coincidía que todos los vecinos colgaban sus sábanas a la vez, quedaba el patio todo espeso de láminas, del suelo al cielo, como un hojaldre.

Es necesario mencionar el paralelismo entre las andanzas y enseñanzas de Alfanhuí y las de otros protagonistas de la picaresca española como el Lazarillo de Tormes. Sin embargo, la obra se aleja sensiblemente de este género ya que también es inevitable atribuirle un carácter de cuento de hadas. Tanto los personajes como las situaciones tienen esa calidad liviana y escueta de las fábulas. Animales, árboles y objetos inanimados juegan un papel de personajes principales: el gallo de la veleta, los lagartos, el castaño, las arcas de la abuela, los alcaravanes…

Alfanhuí pasó a otro salón. Se oía allí un zumbar extraño. Junto a la rendijita de luz de una ventana, había un clavicordio. Blanco, con ribetes dorados. El zumbido venía de aquello. Alfanhuí se acercó y tocó una tecla. La tecla se hundió lentamente, y después de una pausa, sonó una nota lenta, melosa, larga y amortiguada. Abrió la tapadera del clavicordio. El zumbido sonó muchísimo más alto. Miró. El clavicordio era una colmena. Parecía todo de oro. Los paneles estaban construidos sobre el arpa, a lo largo de las cuerdas. Las abejas trabajaban; alguna se posaba en las manos de Alfanhuí; otras, salían por la rendija de luz; otras entraban. Por debajo del arpa había un enorme depósito de miel que cogía toda la caja del clavicordio y tenía cuatro dedos de altura. Esta miel se salía por los resquicios de entre las maderas y colgaban hasta el suelo, por fuera del clavicordio. Colgaba en hilos, como la orla de un chal.

La obra está llena de pasajes preciosos, a medio camino entre el sueño y la realidad, que piden a gritos una relectura detrás de otra. Queda una emoción luminosa cuando se acaba. Es sin duda uno de esos libros que una desearía que fueran más largos, no porque falte historia, sino porque sería maravilloso tener más. Seguramente no sería más perfecto.

Nadie sabía lo que aquello significaba. Pero era un verdadero tesoro, porque no se podía vender. La gente cree que es tesoro todo lo que vale mucho, pero el verdadero tesoro es lo que no se puede vender. Tesoro es lo que vale tanto que no vale nada.

Te gustará si te gustó ‘Las ciudades invisibles’ de Italo Calvino.

Mi versión de la portada: