‘El Jarama’ de Rafael Sánchez Ferlosio

Año de publicación: 1955

Nº de páginas: 366

Editorial: Destino

Once amigos madrileños deciden pasar un caluroso domingo de agosto a orillas del Jarama. A partir de ahí la acción se desarrolla simultáneamente en la taberna de Mauricio -donde los habituales parroquianos beben, discuten y juegan a las cartas- y en una arboleda a orillas del río en la que se instalan los excursionistas. Durante dieciséis horas se suceden los baños, los escozores provocados por el sol, las paellas los primeros escarceos eróticos y el resquemor ante el tiempo que huye haciendo inminente la amenaza del lunes. Al acabar el día, un acontecimiento inesperado colma la jornada de honda poesía y dota a la novela de una extraña grandeza.

Lo que más he disfrutado de esta lectura ha sido, sin duda alguna, el diálogo. Hacía mucho tiempo que no leía unas conversaciones tan naturales, llenas de modismos y frases coloquiales sin editar, como si tuviera ante mí la transcripción de un micrófono oculto. El autor tiene una capacidad indiscutible para mover la acción mediante las intervenciones de los personajes, lo que hace bastante difícil encontrarle parecidos a este libro.

– Pues todo. Ver Río de Janeiro y ver los Carnavales de Río de Janeiro.

[…]

– También… También a Bahía… Tampoco debe ser manco Bahía.

– Lo mejor, Astorga.

– ¡Me troncho de risa, hermano!

– Pues no era un chiste.

– ¿No?

– No.

– ¿Qué era?

– El billete más largo que yo puedo sacar.

En el segundo lugar en la lista de aciertos de esta obra, tenemos las descripciones del paisaje, elegantes y evocadoras, de una belleza y una fuerza arrolladoras. La atmósfera que Rafael Sánchez Ferlosio dibuja con sus palabras, toma una forma palpable en nuestra visión interior. Al fin y al cabo, como sugiere el título de la obra, estamos ante una postal, una ventana abierta a un lugar real.

Ya empezaban los chopos a estirar sus largas sobras hacia el Levante, pero aún el sol en lo alto giraba vertiginosamente sobre sí. Recalentaba la lana sucia de los eriales, las escurridas grupas de las lomas. Alguien lo hacía destellar un instante en el cinc de un cubo nuevo y en una racha de agua que fue a desparramarse contra el polvo; alguien lo hizo teñirse en el rojo de un vaso levantado y apurado de pronto; alguien lo tuvo todavía en su pelo, en su espalda, en sus pendientes, como una mano mágica. Zumbaba sobre la tierra sordamente, como un enjambre legendario, con un denso, cansado, innumerable bordoneo de persistentes vibraciones de luz, sobre lo limpio y lo sucio, sobre lo nuevo y lo viejo, opacamente.

El desarrollo de la historia nos lleva a experimentar un contraste constante entre la visión de los jóvenes de la ciudad y la de los adultos del pueblo, unos en el río y otros en la taberna, unos fuera de su entorno habitual y otros viendo cómo los de fuera interactúan con sus lugares tan conocidos. Sus maneras de entender la vida, tan diferentes y tan parecidas a la vez, se entrelazan en algunos momentos para formar una estampa completa. Otro contraste se establece de una forma mucho más hiriente cuando tiene lugar el acontecimiento final: la honda tristeza de los amigos y la costumbre burocrática, indiferente, del juez.

– De lo que ya no andaría yo tan seguro- dijo Lucio- es de eso de que la vida les merezca más la pena a los jóvenes que no a los viejos. Vaya, el apego que se le tiene más bien me parecería que va en aumento con la edad. De viejos se abarca menos, ahí de acuerdo; pero a ese poquito que se abarca, ¿quién le dice que no se agarra uno a ello con bastante más avaricia, que a lo mucho que abarcábamos en tiempo juventud?

Se habla a menudo de esta obra como una novela objetiva, en la que no hay un narrador, ni aportaciones sentimentales externas a la propia acción o al diálogo. Creo que en esto, precisamente, reside lo magistral de estas páginas: el autor ha sabido capturar toda la belleza del momento sin necesidad de añadir nada más, solo sabiendo mirar la vida misma y apreciándola por lo que vale en su forma más simple.

Mi versión de la portada:

Pintura digital en Krita

‘Industrias y andanzas de Alfanhuí’ de Rafael Sánchez Ferlosio

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Año de publicación: 1951

Nº de páginas: 133

Editorial: Austral

Alfanhuí era amigo de los lagartos y del gallo de una veleta que le enseñó mucho sobre los colores. Estudió con un taxidermista cuya criada se puso verde y se murió. Alfanhuí vive las aventuras como espectador que las adapta a una cotidianeidad fantástica en la que nada es estridente. Entre una y otra andanza va creciendo e l protagonista, cual Lazarillo moderno, entre los viejos pueblos y la polvorientas rutas que pinta magistralmente Sánchez Ferlosio.

Leer este libro se parece mucho a contemplar una pintura de gran formato llena de elementos, signos y colores que se entrelazan, se acercan y se alejan para crear una cálida sensación de sorpresa.  El realismo mágico que impregna toda la obra nos muestra una infinidad de imágenes y personajes pintorescos con una fuerza tremenda. Es difícil no verse transportado por las aventuras extraordinarias del pequeño Alfanhuí mientras recorre España en busca de fortuna.

La pensión era un piso pequeño que daba a un patio interior, oscuro y todo lleno de fresqueras con agujeritos. También había, de ventana a ventana, y en todos los pisos, alambres para colgar la ropa. Y cuando coincidía que todos los vecinos colgaban sus sábanas a la vez, quedaba el patio todo espeso de láminas, del suelo al cielo, como un hojaldre.

Es necesario mencionar el paralelismo entre las andanzas y enseñanzas de Alfanhuí y las de otros protagonistas de la picaresca española como el Lazarillo de Tormes. Sin embargo, la obra se aleja sensiblemente de este género ya que también es inevitable atribuirle un carácter de cuento de hadas. Tanto los personajes como las situaciones tienen esa calidad liviana y escueta de las fábulas. Animales, árboles y objetos inanimados juegan un papel de personajes principales: el gallo de la veleta, los lagartos, el castaño, las arcas de la abuela, los alcaravanes…

Alfanhuí pasó a otro salón. Se oía allí un zumbar extraño. Junto a la rendijita de luz de una ventana, había un clavicordio. Blanco, con ribetes dorados. El zumbido venía de aquello. Alfanhuí se acercó y tocó una tecla. La tecla se hundió lentamente, y después de una pausa, sonó una nota lenta, melosa, larga y amortiguada. Abrió la tapadera del clavicordio. El zumbido sonó muchísimo más alto. Miró. El clavicordio era una colmena. Parecía todo de oro. Los paneles estaban construidos sobre el arpa, a lo largo de las cuerdas. Las abejas trabajaban; alguna se posaba en las manos de Alfanhuí; otras, salían por la rendija de luz; otras entraban. Por debajo del arpa había un enorme depósito de miel que cogía toda la caja del clavicordio y tenía cuatro dedos de altura. Esta miel se salía por los resquicios de entre las maderas y colgaban hasta el suelo, por fuera del clavicordio. Colgaba en hilos, como la orla de un chal.

La obra está llena de pasajes preciosos, a medio camino entre el sueño y la realidad, que piden a gritos una relectura detrás de otra. Queda una emoción luminosa cuando se acaba. Es sin duda uno de esos libros que una desearía que fueran más largos, no porque falte historia, sino porque sería maravilloso tener más. Seguramente no sería más perfecto.

Nadie sabía lo que aquello significaba. Pero era un verdadero tesoro, porque no se podía vender. La gente cree que es tesoro todo lo que vale mucho, pero el verdadero tesoro es lo que no se puede vender. Tesoro es lo que vale tanto que no vale nada.

Te gustará si te gustó ‘Las ciudades invisibles’ de Italo Calvino.

Mi versión de la portada: