Título original: The Year of the Flood
Año de publicación: 2009
Nº de páginas: 583
Editorial: Bruguera
Margaret Atwood, una de las novelistas más prestigiosas de la narrativa mundial de hoy en día, plasma en El Año del Diluvio, su última novela, una visión postapocalíptica del mundo tras una catástrofe global. Como en su novela anterior, Oryx y Crake (algunos de cuyos personajes reaparecen en la presente obra), Atwood describe el horror de un mundo en el que la humanidad, en aras del progreso científico y tecnológico, no sólo altera el medio ambiente sino que se autodestruye. Siempre crítica con los problemas del mundo actual, la autora describe, en esta novela de anticipación especulativa, la catástrofe planetaria resultante del descontrolado abuso de las industrias farmacéuticas y de los poderes políticos y económicos que desoyen los alegatos de las ciencias ecológicas. Narrada desde el punto de vista de dos mujeres, Ren y Toby, El año del Diluvio cuenta la epopeya de quienes sobreviven al desastre y, libres de la decadencia moral en que la lucha de sectas y religiones había sumido a la humanidad, emprenden una nueva vida.
Vuelvo a la obra de Margaret Atwood para seguir adentrándome en las profundidades de esta trilogía del Loco Adán que tan buen sabor de boca me dejó en su primera entrega. De nuevo me sorprende para bien en muchos aspectos.
En este libro nos muestra una visión nueva sobre el mundo futuro, apocalíptico y más que probable que ya nos presentó en ‘Oryx y Crake’. Esta segunda parte coincide en el tiempo con la primera pero nos llega de boca de otros personajes, algunos de los cuáles hicieron una aparición fugaz anteriormente. La atención al detalle en esta interacción le da una dimensión extra a la historia que ya conocíamos. Desde la perspectiva de los Jardineros de Dios, un culto religioso ecologista, vemos desarrollarse el principio de la pandemia y las consecuencias inmediatas. En esta ocasión, nuestra mirada se posa al otro lado de la ciudad, en las plebillas. De nuevo prevalece esa sensación de extraño optimismo e ironía a pesar lo trágico del contexto; una fuerza renovadora que empuja a todo y a todos a seguir adelante.
La autora tiene una capacidad magnífica para representar el flujo de conciencia que tiene lugar dentro de la cabeza de una persona que ha pasado demasiado tiempo aislada, no tiene a nadie con quien hablar y le asaltan los pensamientos más extraños mezclados con temas banales y recuerdos en una sucesión caótica. Es el caso de las dos narradoras, Toby y Ren, dos ex-Jardineras que rememoran sus experiencias previas a la catástrofe desde sus escondites aislados. Se agradece enormemente leer desde la perspectiva de unos personajes femeninos tan bien construidos.
El libro está estructurado en capítulos marcados por el personaje que lo narra y por las festividades celebradas en la comunidad, que ha santificado a diferentes personalidades de nuestra época que aportaron algo en los campos de la ciencia, la ecología o los derechos de los animales. A través de esta particular visión, mezclada con la normalización de la violencia y la pobreza que vislumbramos en el libro anterior, llegamos finalmente a encontrarnos de nuevo con los crakers y con Hombre de las Nieves. Volvemos a los grandes temas de esta serie: el avance inmoral de los experimentos genéticos, la explotación incontrolada de recursos naturales o la sociedad de consumo llevada al límite.
En definitiva, otro gran acierto dentro de la obra de la autora canadiense que dejará indiferente a pocos. Un apunte curioso: los himnos que, junto con los sermones de Adán Uno, abren cada capítulo del libro tienen música propia y fueron grabados en estudio por Orville Stoeber.
Mi versión de la portada: