‘Final del juego’ de Julio Cortázar

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Año de publicación: 1956

Nº de páginas: 232

Editorial: Punto de Lectura

Los dieciocho relatos que componen Final del juego constituyen otros tantos experimentos en la perfección: en pocas páginas ellos solos se ponen las condiciones y ellos solos las cumplen. El ajuste interno hace que los relatos de Cortázar parezcan sencillos, mientras se leen. Pero luego, enseguida, descubrimos en nuestro interior una maraña de sensaciones nuevas, de ideas que nunca habíamos pensado, de instrucciones distintas para ver la realidad. Ha terminado el juego y la literatura nos deja frente a la vida, que acaba de cambiar.

En esta colección de relatos, Cortázar nos muestra su lado más siniestro, macabro incluso, dos adjetivos que anteriormente me habría costado relacionar con su obra. La realidad se estira para confundirnos entre sus dobleces. El famoso relato del pulóver azul (‘No se culpe a nadie’) es una muestra de la maestría indiscutible del autor, que valiéndose de un objeto tan cotidiano nos lleva a experimentar unas sensaciones de lo más estridentes. Tres palabras le bastan para barrer de un plumazo la danza y dejarnos pasmados.

Irónicamente se le ocurre que si hubiera una silla cerca podría descansar y respirar mejor hasta ponerse del todo el pulóver, pero ha perdido la orientación después de haber girado tantas veces con esa especie de gimnasia eufórica que inicia siempre la colocación de una prenda de ropa y que tiene algo de paso de baile disimulado, que nadie puede reprochar porque responde a una finalidad utilitaria y no a culpables tendencias coreográficas.

‘La puerta condenada’ y ‘Relato con fondo de agua’ nos dejan si no la sangre helada, sí un incómodo desasosiego del que cuesta desembarazarse. Desde luego, no recomendables para leer antes de ir a dormir.

En algunos relatos, vemos cómo el narrador juega con los límites de nuestro entendimiento y destruye gran parte de la confianza que hayamos podido depositar en él. En otros, desde un principio intuimos la fatalidad pero los detalles más íntimos se nos van revelando poco a poco.

‘Después del almuerzo’ juega con nuestra imaginación de una manera brutal, llevándonos a pintar en nuestro ojo interior las posibilidades más incómodas: algo que es extremadamente difícil de mirar pero de lo que no podemos apartar la vista. La forma en que no nos revela nada y a la vez lo revela todo es terriblemente cruel.

‘Axolotl’ es otro ejemplo genial de cómo Cortázar puede inventar la premisa más absurda y conseguir que, como ocurre en el propio relato, entremos en ella como si fuera nuestra única realidad.

‘Final del juego’ es el broche perfecto para esta magnífica colección de realidades paralelas en la que el autor hace gala de su habilidad habitual para convertir el detalle más nimio en un golpe implacable del destino.

Te gustará si te gustó ‘La invención de Morel’ de Adolfo Bioy Casares

Mi versión de la portada:

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‘Los premios’ de Julio Cortázar

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Año de publicación: 1960

Nº de páginas: 441

Editorial: USA Publishing Company

«Los premios» se presenta como una prospección de la dimensión verbal de su universo ficticio, de la pluralidad de modos de expresión de los personajes. Los capítulos se van acumulando como astillas del texto, fragmentos que constituyen el archipiélago de voces de
«Los premios», a las que el narrador va dando sin cesar la palabra de su discurso mental o hablado. Pero el narrador se hace discreto para que entrechoquen todas las hablas, pues a través de ellas se va construyendo una variedad de posibles actitudes del hombre frente al mundo, actitudes que suponen una serie de relaciones de los sujetos consigo mismos y con los demás. De esta manera el entorno de referencia aparece en constante cambio y el lector puede tener la impresión
al recorrer la novela de haber llegado con retraso a alguna conversación empezada.

Aunque se podría decir algo parecido de muchas obras literarias de cualquier género o época, en este caso la idea cobra un sentido más completo: leer ‘Los premios’ es como observar a los personajes a través de un agujerito desde la habitación de al lado, contemplar las escenas desde dentro como un espectador presente e invisible.

La presencia constante de un misterio u otro es el hilo conductor de todos los acontecimientos. Los protagonistas han ganado un viaje en un sorteo pero, ni siquiera estando a bordo del Malcolm, sabe ninguno de ellos con certeza cuál es el destino o la ruta. El propio barco mantiene su secreto: tienen prohibido el acceso a la popa, lo que despierta inquietud o indiferencia en algunos de los pasajeros y un ansia irreprimible de aventuras en otros.

En este marco un tanto surrealista, la interacción entre los protagonistas hace que afloren ante nuestros ojos las diferencias a todos los niveles que existen entre ellos. El grupo no puede ser más variopinto: un par de profesores, un dentista, una pareja de novios que dicen ser recién casados pero en realidad no lo están, dos amigos solteros a los que todos imaginan en una relación inexistente, un sabio astrólogo, un anciano adinerado y su chófer, un joven barriobajero con su novia y sus respectivas madres… El estilo de Cortázar nos lleva a un conocimiento profundo de los personajes a través de anécdotas y ocurrencias que se alejan de lo que habitualmente formaría parte de una descripción o un retrato. Algunos de los diálogos se convierten en reflexiones exquisitas.

[…] y además hacía un rato que había perdido la casa de la infancia, que todavía existe pero que no quise volver a ver jamás. Tengo esa clase de sentimentalismos, daría un rodeo de diez cuadras para no pasar bajo los balcones de un departamento donde fui feliz. No huyo del recuerdo, pero tampoco lo cultivo; por lo demás mis desgracias, como mis dichas, tienen siempre puesta la sordina.

El desarrollo de estas relaciones nos hace entrever capas incontables de experiencias y sentimientos que se extienden mucho más allá de los límites del relato. Imposible no quedarse con ganas de más al final del trayecto.

Te gustará si te gustó ‘Los detectives salvajes’ de Roberto Bolaño.

Mi versión de la portada:

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