‘Eugenia Grandet’ de Honoré de Balzac

eugeniagrandet

Título original: Eugénie Grandet

Año de publicación: 1833

Nº de páginas: 232

Editorial: Siruela

Dentro de esa catedral narrativa que es la Comedia humana, la novela Eugenia Grandet ocupa un lugar especial por los dos grandes caracteres que en ella crea Balzac: el de una joven que descubre por primera vez el amor y entrega como arras cuanto tiene para ayudar a su enamorado, y el de su padre, el tío Grandet, la más acabada de las encarnaciones de avaro desde la obra de ese título de Molière. El amor paternal será abolido por la avaricia de un Grandet que, en el último momento de su vida, amenaza a su hija con pedirle cuentas de la herencia cuando Eugenia llegue al otro mundo. Al lado de estos dos potentes retratos, Charles, el joven parisino criado entre el lujo y la ociosidad, sólo sirve para poner de relieve la realidad de la vida cotidiana, la potencia del amor de Eugenia y los extremos a que puede llegar la avaricia. Eugenia Grandet, aunque forma parte de la Comedia humana, es una capilla aislada de esa catedral narrativa: cerrada sobre sí misma, el acierto en el análisis de esos dos caracteres y la descripción del medio social en que se desenvuelven la han convertido en la novela más conocida de Balzac.

El estilo narrativo del autor nos acerca, como desde detrás de una lupa, a una familia de provincias francesa cuyo padre lleva la figura del avaro hasta unos límites grotescos. El resto de los habitantes de su humilde casa (su esposa, su hija y su criada) viven al son de sus prohibiciones y limitaciones desde que sale el sol hasta que se pone, desconocedoras de que en realidad el tío Grandet guarda más millones de los que podría gastar. Tras una breve introducción, la llegada de su sobrino desde París sirve como punto de partida a la historia. Enviado por un padre en la ruina, pondrá patas arriba la rutina de la casa, causando revuelo con sus curiosas costumbres y sus lujosas pertenencias y despertando un amor apasionado en Eugenia, la hija de Grandet. Esta, que hasta ahora no había encontrado motivos para poner en duda a su padre, empezará a cuestionarse la situación de la familia y los negocios del tonelero desde una perspectiva nueva.

Aunque el personaje de Eugenia cobra cada vez más fuerza a medida que avanza la narración (al principio casi no reparamos en ella, solo un elemento más del decorado), el protagonista indiscutible durante la mayor parte de la acción es el mismo Grandet, del que Balzac nos hace un retrato milimétrico. Domina el arte de tirar de los hilos de cualquier conversación para llevarla por el camino adecuado y es un actor genial que sabe esconder su verdadero semblante hasta que está a salvo tras la puerta cerrada con llave de su almacén. Una de las escenas más destacables que nos brinda su hosco carácter es, en mi opinión, aquella en la que pierde totalmente el control al descubrir que su hija ha empezado a desarrollar algunas ideas propias que se alejan de su interés.

Tras una vida llena de miseria, Eugenia, poseedora de la inmensa fortuna familiar, es incapaz de vivir una vida plena y disfrutar de su nueva posición ya que, irónicamente, el comportamiento de su padre y la manera en que se crió, no le permiten desarrollar ningún gusto por lo material, centrándose su interés únicamente en lo espiritual.

Prácticamente la totalidad de la novela se desarrolla, con un marcado carácter teatral, dentro de los límites de la decadente casa familiar. Únicamente el narrador omnisciente nos da una visión más amplia del contexto mediante apuntes extensos sobre las gestiones de Grandet en París o las tensiones entre las dos familias que pugnan por la mano de Eugenia como una puerta hacia la fortuna del vinatero.

Incluso teniendo muy presente la época en la que se escribió esta obra, algún que otro pasaje se atraganta inevitablemente. Como muestra, un botón:

En cualquier situación, las mujeres tienen más motivos de sufrimiento que los hombres y padecen más que ellos. El hombre cuenta con la fuerza y con el ejercicio de su pujanza: actúa, piensa, abarca el porvenir del que obtiene consuelos. Es lo que hacía Charles. Pero la mujer se queda quieta, cara a cara con su dolor; nada la distrae; desciende hasta el fondo del abismo, lo mide y a menudo lo colma con sus anhelos y sus lágrimas. Es lo que hacía Eugenia. De este modo se iniciaba en su destino. Sentir, amar, sufrir, sacrificarse, éste será siempre el texto de la vida femenina.

Obviando estas postales del patriarcado más añejo, es un clásico muy disfrutable, de ritmo ligero y una buena opción para acercarse a la obra de este autor. Me quedo con los recuerdos que me ha traído de algunas lecturas de mi infancia, sacadas de la biblioteca de mi abuela durante las calurosas tardes del verano cordobés.

Mi versión de la portada:

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Shoulder length portrait of a young woman wearing a black veil and blue dress, Robert Fox