Título original: スプートニクの恋人 [Supūtoniku no Koibito]
Año de publicación: 1999
Nº de páginas: 244
Editorial: Tusquets
Perdidos en la inmensa metrópoli de Tokio, tres personas se buscan desesperadamente intentando romper el eterno viaje circular de la soledad; un viaje parecido al del satélite ruso Sputnik, donde la perra Laika giraba alrededor de la Tierra y dirigía su atónita mirada hacia el espacio infinito. El narrador, un joven profesor de primaria, está enamorado de Sumire, a quien conoció en la universidad. Pero Sumire tiene una única obsesión: ser novelista; además se considera la última rebelde, viste como un muchacho, fuma como un carretero y rechaza toda convención moral. Un buen día, Sumire conoce a Myû en una boda, una mujer casada de mediana edad tan hermosa como enigmática, y se enamora apasionadamente de ella. Myû contrata a Sumire como secretaria y juntas emprenden un viaje de negocios por Europa que tendrá un enigmático final.
La habitual delicadeza de Murakami está muy presente en esta historia, llevándonos a conocer a los personajes a través de sus acciones más cotidianas y aparentemente insignificantes. Cualquier pequeño detalle (la forma de agarrar una taza de café o de apartarse el pelo de la cara) es una buena excusa para descubrirnos un nuevo aspecto de la personalidad o el pasado de los actores. Otro elemento imperdible de la prosa de este autor es la melancolía y este libro no iba a ser menos. La profunda sensación de soledad que destila nos llega, de una u otra forma, desde cada uno de los personajes. La isla griega en la que se desarrolla parte de la trama actúa prácticamente como un personaje más que interactúa y embruja.
La realidad tangible y las realidades paralelas se mezclan para acercarnos a los miedos y motivaciones más profundos de los protagonistas. En el caso de este libro, ese mundo ficticio superpuesto al escenario adquiere un tinte muy siniestro. Especialmente en relación a la historia de Myû: un acontecimiento oscuro en su pasado que queda sin resolver marcará trágicamente el resto de su vida.
Ha habido momentos en los que me he sentido bastante desconectada y en algunas ocasiones empachada por el estilo narrativo (cosa que no me pasó con ‘Tokio Blues’), especialmente en los diálogos, pero aún así ha merecido la pena y me quedo con ganas de seguir explorando la obra del autor. El final, en solo una página, ha sido una bocanada de aire fresco. Leer este libro (o a Murakami en general, quizás) es como sentarse a descansar después de haber pasado un par de horas tomando el sol en la playa.
Mi versión de la portada: