‘Saludos nada cordiales’ de Christophe Carlier

Título original: Ressentiments distingués

Año de publicación: 2017

Nº de páginas: 168

Editorial: Maeva Ediciones

El otoño ha llegado a la isla. Una serie de cartas anónimas lacónicas e intimidantes interrumpen la vida pacífica de los isleños, haciéndoles sentir muy incómodos y levantando suspicacias. En pleno invierno, llega una nueva carta, esta vez con la firma de una niña que murió diez años atrás. ¿Es una carta falsa? ¿O es que la niña sigue viva? Pronto, la población de la isla está, literalmente, a punto de perder los nervios.

Este libro es una pequeña postal de una isla sin nombre que nos muestra no solo los sitios de interés sino también lo que se barre debajo de la alfombra y se apila en los rincones en penumbra.

Las misivas sacan a los vecinos de sus cáscaras relucientes, barriendo a golpe de letra de palo la capa de formalidad y apariencia que recubría sus lazos. De repente, todos son sospechosos, no ya de haber escrito las cartas, sino de a saber qué pecados y deslices que hasta ahora no habían visto la luz. A través de esta mecánica, vamos conociendo poco a poco a muchos de los habitantes de la isla, cuyas descripciones adquieren un cariz de teatro de guiñol; aunque los retratos son un tanto planos, sirven de vehículo para un lenguaje muy mimado que teje no pocas imágenes evocadoras.

La figura del cartero acaba siendo equiparada a ojos de todos a la de un emisario del mismísimo diablo. El pobre Gabriel es consciente de la angustia que despierta su mercancía y él mismo lamenta la fatalidad de su tarea.

Gabriel, hombre de buen corazón, nunca concluía su ronda sin dedicar un pensamiento a quienes, tras su paso, no encontrarían nada en el buzón. En las islas el silencio puede ser terrible. ¿Qué cartero repartirá jamás las cartas no escritas?

Christophe Carlier llega a las verdades más incómodas con las palabras justas, que sabe encajar en la situación más cotidiana. El autor de las cartas acaba convirtiéndose en un dios macabro a cargo de un rebaño de pueblerinos recelosos y vulnerables. Todos ellos, tanto los que reciben anónimos como los que no, se enfrentan a una revisión de conciencia: los destinatarios de las cartas por el reproche directo, y los que aún no han recibido ninguna por lo que aventuran que contendrán esas líneas cuando llegue el momento.

La irreprochable Eugénie, a quien el autor anónimo no había puesto en el punto de mira, se escribió a sí misma, tildándose de hipócrita y de mosquita muerta. Al recibir la carta se quedó paralizada de espanto y tardó varias horas en abrirla. Cuando leyó la tarjeta se echó a llorar, juzgando merecido el reproche. 

La isla se desdobla en escenario y personaje, mostrando su cara más agreste y salvaje como reflejo del humor de sus habitantes. La inevitable sensación de aislamiento se acentúa conforme cada personaje se vuelve hacia sí mismo para examinarse, compadecerse o por pura desconfianza.

La visita a la rectoría le reveló sobre todo la espantosa soledad en la que vivía el religioso, su compasión sin límites y sin contenido y su manera casi druídica de hablar con las piedras, las cuales algunas tardes de invierno sin duda le respondían. 

Como cabría esperar, las cartas parecen surgir de un extraño desamparo que sin embargo es bastante común: el de no haber vivido con la intensidad suficiente como para tener algo que esconder, que reprocharse, o de lo que arrepentirse. La clase de impecabilidad que ahoga una vida y la despoja de todo tesoro.

Al final, las aguas vuelven a su cauce pero dejan el paisaje inevitablemente cambiado. Un viaje cortito pero intenso y no exento de sentido del humor a los sinuosos mecanismos de la vida en comunidad y la simple y llana experiencia de ser humano.

Mi versión de la portada:

‘Pétalo carmesí, flor blanca’ de Michel Faber

Título original: The Crimson Petal and the White

Año de publicación: 2002

Nº de páginas: 1040

Editorial: Anagrama

Sugar tiene diecinueve años y ejerce la prostitución desde los trece, cuando su madre introdujo a uno de sus clientes en su cama. William Rackham es un caballero de treinta y un años, educado en Oxford, condenado a suceder a su padre en la industria familiar, pero que siempre ha deseado llevar una vida de goces intelectuales. Está casado con la hermosa Agnes, a la que ama, aunque ella odia el sexo y abomina de la maternidad. Y un día en que William se siente más iracundo que nunca, cae en sus manos un folleto donde recomiendan el prostíbulo de la señora Castaway, y elogian a su pupila Sugar. La jovencita seduce a William. Y él decide no compartirla con nadie, aunque tenga que optar por la empresa de su padre, y dividirse entre el pétalo carmesí y el blanco… Versión posmoderna de la novela victoriana, es también una apasionante indagación en el enigma de la femineidad.

Nada más empezar la lectura nos damos cuenta de que no será una experiencia del todo convencional. Al principio contamos con la ayuda de un narrador un tanto particular que, mediante un largo plano secuencia que parece sacado directamente del cine, destaca la información a la que deberíamos prestar atención, las caras que no deberíamos olvidar, saltándose partes de la conversación cuando no son relevantes e informándonos de ello. Esta figura se va haciendo a un lado conforme vamos conociendo más íntimamente a los personajes, para regresar solo en momentos puntuales a reconducir nuestra mirada por aquí o hacer un pequeño comentario de gracia por allá.

Anda con pies de plomo. Con los cinco sentidos: te harán falta. Esta ciudad a la que te traigo es vasta e intrincada, y no la has pisado nunca. Quizá imaginas, por otros relatos que has leído, que la conoces bien, pero aquellas historias te halagaban, te recibían como a un amigo, te trataban como si formaras parte de ellas. La verdad es que eres un forastero de una época y un lugar completamente distintos.

A lo largo de este viaje llegamos a conocer a los personajes bastante a fondo, entendiendo sus debilidades y el abismo que se abre entre su vida pública y privada, entre las palabras que salen de sus bocas y lo que realmente ocurre en sus cabezas. Para ello, el autor no explica, sino que nos muestra ambas realidades para que seamos nosotros los que les demos forma. William Rackham y Sugar se transforman por dentro a la vez que mantienen su imagen externa inicial, como las hojas de un árbol a las que se da la vuelta para mostrar el envés. Nuestra visión de ellos evoluciona de una dimensión a otra, llegando a entrever algo que está más allá de la tercera.

La novela está marcada en su totalidad por la desigualdad de género atroz de finales del XIX, en la que, sin embargo, no dejamos de ver reflejos de la que nos rodea hoy en día. Las mujeres de esta historia, en su mayor parte, se mueven por el mundo sin poder de decisión, sin voz ni voto, sujetas a la voluntad del hombre hasta en los detalles más nimios. En el caso de Sugar, la tiranía que ha sufrido desde niña a manos de su madre la lleva a pensar en William como en su llave a la libertad, aunque muy en el fondo hay una pequeña parte de ella, la Sugar escritora de heroínas justicieras, que sabe que no será así.

Como contraste a esta imagen de sumisión, tenemos al que ha sido sin duda uno de mis personajes favoritos: Emmeline Fox. En su caso, la evolución que experimenta nuestra visión de ella está exclusivamente confinada en nosotros (y quizás en el pobre Henry Rackham): al observarla en retrospectiva nos damos cuenta de que siempre fue así, una mujer con ideas propias y sin miedo al disfrute de los sentidos, aunque en un principio la metiéramos en el cajón equivocado.

Es un libro que nos desgarra sosegadamente y sin aspavientos, sin perder el tono tranquilo y sin exigirnos una reacción emocional, aunque esta nos recorra el cuerpo de manera inevitable. De esos que, a pesar de su longitud, nos dejan con ganas de más y cuyos personajes recordaremos más como alguien a quien conocimos que como alguien sobre quien leímos.

Mi versión de la portada:

‘Lincoln en el Bardo’ de George Saunders

Título original: Lincoln in the Bardo

Año de publicación: 2017

Nº de páginas: 440

Editorial: Seix Barral

Febrero de 1862. En medio de la sangrienta guerra civil que divide al país en dos, el hijo de doce años del presidente Lincoln está gravemente enfermo. En cuestión de pocos días, el pequeño Willie muere y su cuerpo es trasladado hasta un cementerio en Georgetown. Los periódicos de la época recogen a un Lincoln deshecho por la pena que visita la tumba en varias ocasiones para guardar el cuerpo de su hijo.
A partir de este hecho histórico, Saunders despliega una historia inolvidable sobre el amor y la pérdida que se adentra en el territorio de lo sobrenatural, allí donde tiene cabida desde lo terrorífico hasta lo hilarante. Willie Lincoln se halla en un estado intermedio entre la vida y la muerte, el llamado Bardo según la tradición tibetana. En este limbo, donde los fantasmas se reúnen para compadecerse y reírse de lo que dejaron atrás, una lucha de dimensiones titánicas surge de lo más profundo del alma del pequeño Willie. 

En este libro he encontrado una de las estructuras y perspectivas más particulares que he leído últimamente. La premisa que nos plantea el autor se va desvelando desde las primeras páginas a través de un equilibro perfecto entre la normalidad y lo inaudito.

Gracias a las diferentes voces que componen la narración, pronto somos conscientes de la poca fiabilidad de los testimonios recogidos y de las muchas dimensiones que adquieren la vida, la muerte y todo lo que hay en medio para las distintas personas que aportan su visión, tanto en el plano de los vivos, como en el de esos otros que no tienen muy claro dónde se encuentran.

Pasó media hora más y el señor Lincoln aún no había aparecido. Si yo estuviera en su pellejo, pensé, tal vez continuaría cabalgando y ya no volvería atrás nunca, hasta encontrarme de regreso en el Oeste y llevando una vida menos importante y problemática. Después de que dieran las tres, empecé a pensar que tal vez fuera eso lo que él había hecho.

Poco a poco vamos averiguando el motivo por el cual cada uno de los habitantes del cementerio aún no ha querido o no ha sabido cómo seguir adelante y este es, en mi opinión, el eje principal del libro y el elemento que aporta más color. De un modo u otro, todos se aferran a “lo de antes” con uñas y dientes hasta que la evidencia los arrolla de lleno. A mi modo de ver, el papel que juega el hijo de Lincoln en esta transformación es quizás el hilo menos consistente, si es que se puede hablar de consistencia en el bardo/limbo. Las reflexiones del propio Abraham Lincoln acerca del dolor por la muerte de su hijo y por esas otras miles de muertes que sus propias decisiones están desencadenando tienen mucho más peso.

¿Cómo podría haber hecho otra cosa, si el tiempo solamente fluye en una dirección y yo había nacido como había nacido, con mi mal genio y mis ideas sobre la virilidad y el honor, con mi historial de que mis tres hermanos mayores casi me mataran a palizas de niño, con aquel rifle que se vería tan hermoso en mis manos y unos enemigos que parecían tan odiosos?

El planteamiento extraordinario de esta historia nos brinda la posibilidad de experimentar situaciones igualmente extraordinarias, como la capacidad de habitar el mismo espacio que otro cuerpo y escuchar, ver y sentir los pensamientos de la otra persona. Un acto íntimo, mágico y violento a partes iguales que es a su vez la herramienta perfecta para integrar en la narración el testimonio de los vivos.

Luego se puso de pie y se dirigió rápidamente hacia la puerta. […] Y se movió tan deprisa que nos atravesó antes de que pudiéramos apartarnos. […] Y volvimos a conocerlo fugazmente.

Esta lectura ha sido una grata sorpresa y, si bien no creo que sea un libro perfecto, merece mucho la pena darle una oportunidad y explorar esta idea tan fuera de lo común.

Mi versión de la portada: