Título original: Se una notte d’inverno un viaggiatore
Año de publicación: 1979
Nº de páginas: 267
Editorial: Siruela
«La empresa de tratar de escribir novelas “apócrifas”, que me imagino escritas por un autor que no soy yo y que no existe, la llevé a sus últimas consecuencias en este libro. Es una novela sobre el placer de leer novelas; el protagonista es el lector, que empieza diez veces a leer un libro que por vicisitudes ajenas a su voluntad no consigue acabar. Tuve que escribir, pues, el inicio de diez novelas de autores imaginarios, todos en cierto modo distintos de mí y distintos entre sí: una novela toda sospechas y sensaciones confusas; una toda sensaciones corpóreas y sanguíneas; una introspectiva y simbólica; una revolucionaria existencial; una cínico-brutal; una de manías obsesivas; una lógica y geométrica; una erótico-perversa; una telúrico-primordial; una apocalíptica alegórica. Más que identificarme con el autor de cada una de las diez novelas, traté de identificarme con el lector…»
Es muy difícil empezar esta reseña de otra forma, aunque muchos otros lo hayan dicho ya: este libro es un auténtico homenaje a la lectura, la escritura y, sobre todo, a los lectores. En él se exploran todas las dimensiones y direcciones que caben en un libro a través del hecho más extraordinario: el escritor que repara en el Lector, que es el protagonista y que también somos cada uno de nosotros, mirándolo a través de las páginas, y lo saluda y lo invita al interior del proceso para ayudarlo a desenmarañar todos sus mecanismos.
Ya en el escaparate de la librería localizaste la portada con el título que buscabas. Siguiendo esa huella visual te abriste paso en la tienda a través de la tupida barrera de los Libros Que No Has Leído que te miraban ceñudos desde mostradores y estanterías tratando de intimidarte. Pero tú sabes que no debes dejarte acoquinar, que entre ellos se despliegan hectáreas y hectáreas de los Libros Que Puedes Prescindir de Leer, de los Libros Hechos Para Otros Usos Que La Lectura, de los Libros Ya Leídos Sin Necesidad Siquiera De Abrirlos Pues Pertenecen A La Categoría De Lo Ya Leído Antes Aún De Haber Sido Escrito. Y así superas el primer cinturón de baluartes y te cae encima la infantería de los Libros Que Si Tuvieras Más Vidas Que Vivir Ciertamente Los Leerías También De Buen Grado Pero Por Desgracia Los Días Que Tienes Que Vivir Son Los Que Son.
Como ya hiciera en ‘Las ciudades invisibles’, el autor construye un edificio complejo de numerosos pisos en el que se aloja la obra. En este caso, empleando los estilos arquitectónicos más diversos y forzando de manera poco sutil a que todos los inquilinos se crucen por las escaleras. El Lector acaba encontrándose con la Lectora, el escritor, el traductor, el editor, el estudioso de las lenguas muertas de Europa del Este y en definitiva, con todos los eslabones del camino hacia la novela imposible de encontrar. Los diferentes comienzos de libros dentro del libro actúan como una serie de relatos cortos en los que Calvino consigue hacernos creer que realmente leemos a diferentes autores.
¿Y si, al igual que yo la miro mientras lee, ella asestase un catalejo sobre mí mientras escribo? Me siento al escritorio de espaldas a la ventana y hete aquí que noto un ojo detrás de mí que aspira el flujo de las frases, guía el relato en direcciones que se me escapan. Los lectores son mis vampiros. Siento una multitud de lectores que asoman la mirada por encima de mis hombros y se apropian de las palabras a medida que se depositan sobre el folio. No soy capaz de escribir si hay alguien que me mira: siento que lo que escribo no me pertenece.
Mis pasajes favoritos son sin duda todos aquellos en los que se hace alusión a las experiencias que forman parte de la lectura y que derivan de ella: las distintas maneras de leer o de considerar un libro, de valorarlo, recordarlo o desecharlo, la idea que el lector construye en su cabeza acerca del escritor, los diferentes espacios y actitudes en las que el lector se sumerge en las páginas de un nuevo título… Y el efecto que todo esto tiene sobre nosotros. Para el lector habitual, es fácil verse reflejado en estas páginas a un nivel tan íntimo como íntimo es el acto de leer.
La fascinación novelesca que se da en estado puro en las primeras frases del primer capítulo de muchísimas novelas no tarda en perderse al continuar la narración: es la promesa de un tiempo de lectura que se extiende ante nosotros y que puede acoger a todos los desarrollos posibles. Quisiera escribir un libro que fuese sólo un incipit, que mantuviese en toda su duración la potencialidad del inicio, la espera aún sin objeto. Pero ¿cómo podría estar construido, semejante libro? ¿Se interrumpiría después del primer párrafo? ¿Prolongaría indefinidamente los preliminares? ¿Ensamblaría con otro, como Las mil y una noches?