‘La señora Dalloway’ de Virginia Woolf

lasenoradalloway

Título original: Mrs Dalloway

Año de publicación: 1925

Nº de páginas: 218

Editorial: Alianza

Figura destacada del llamado «Grupo de Bloomsbury», Virginia Woolf (1882-1941) fue autora de una serie de relatos que la sitúan en la vanguardia del movimiento renovador de las técnicas narrativas que buscó en la profundización del análisis de la conciencia el reflejo de una realidad más auténtica y esencial. Fue en la amalgama de sentimientos, pensamientos y emociones que es la subjetividad donde Woolf encontró el material apropiado para una narrativa que contribuyó a forjar la sensibilidad contemporánea. Publicada en 1925, ‘La señora Dalloway’ relata un día en la vida de una mujer de la clase alta londinense desde el punto de vista de una conciencia que experimenta con plena intensidad cada instante vivido, en el que se condensan el pasado, el entorno y el presente.

Me esperaba algo con un corte mucho más clásico al acercarme por primera vez a esta autora. Lo primero que me ha sorprendido es la voz narrativa de la historia, basada principalmente en el flujo de conciencia de la protagonista pero moviéndose constantemente a la mente de otros personajes. De esta forma, vamos desgranando toda la trama de relaciones que existen entre ellos, nunca directamente, sino a través de reflexiones transversales que nos dejan entrever más allá. Esta introspección nos permite explorar temas tan íntimos como la sexualidad, el propósito del matrimonio, la locura, el suicidio… El ir y venir entre los pensamientos de los diferentes actores nos lleva a percibir casi un diálogo telepático. Ellos conversan de mente a mente sin que haya una comunicación real las más de las veces; nosotros rellenamos los huecos y hacemos las conexiones.

Los recuerdos que Clarissa Dalloway atesora sobre sus veranos con Sally Seton están narrados con una delicadeza exquisita, ya que así es como los percibe ella misma. La energía que bulle en su interior cada vez que va a encontrarse con ella, el cuidado que pone en su apariencia frente a la aparente naturalidad de la propia Sally, la dicha más absoluta al recibir una muestra de cariño… En mi opinión, uno de los pasajes más bellos del libro.

[…] y de cómo se vestía y bajaba la escalera y cómo sentía, al cruzar la sala, que «si tuviese que morir ahora, sería el momento más dichoso». Así se sentía -como Otelo, y lo sentía, estaba convencida de ello, con tanta fuerza como Shakespeare quiso que Otelo lo sintiera. ¡Y todo porque estaba bajando a cenar, con un simple vestido blanco, para encontrarse con Sally Seton.

Es una novela sincera en extremo, donde las verdades más profundas y también las más hirientes quedan al descubierto. No hay dónde esconderse. Cualquier estímulo externo, por aleatorio que sea, puede despertar en la mente de los protagonistas una reflexión desgarradora sobre un aspecto vulnerable de su yo interior. Es el caso del monólogo interno de Clarissa tras escuchar la trágica historia del pobre Septimus Warren Smith.

La muerte era desafío. La muerte era un intento de comunicarse, ya que la gente siente la imposibilidad de llegar al centro que, místicamente, se les escapa; la intimidad separaba; el entusiasmo se desvanecía; una estaba sola. Había un abrazo en la muerte.

[…]

Y además (lo había sentido esta misma mañana), estaba el terror; la sobrecogedora incapacidad, depositada en tus manos por tus propios padres, esta vida, para que la vivas hasta el final, para que camines por ella con serenidad; había en lo más hondo de su corazón un miedo espantoso.

La historia del propio Septimus es el segundo gran hilo conductor del libro, a pesar de su distancia a tantos niveles con la historia de la señora Dalloway. Tras volver a casa después de combatir en la Gran Guerra no encuentra sosiego en su interior, escucha voces que lo atormentan y tiene pensamientos suicidas repetitivos que acaban llevándolo demasiado lejos. Muchos opinan que este personaje es un reflejo voluntario de los trastornos que sufría la autora.

El final de la novela nos deja al borde de un precipicio a pesar de su sencillez: la negación por parte de Peter Walsh de lo más evidente, que a pesar de toda una vida de idas y venidas y aparente ajetreo sigue enamorado de Clarissa, se desmorona ante nuestros ojos en una sola frase.

Estamos ante un libro muy especial, al que hay que entrar con traje de buzo para poder atravesar las profundidades abisales en las que se mueve. Es una lectura para saborear lentamente, disfrutar y reflexionar. Para mí, su fama está totalmente justificada.

Mi versión de la portada:

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