‘La impaciencia del corazón’ de Stefan Zweig

laimpacienciadelcorazon

Título original: Ungeduld des Herzens

Año de publicación: 1939

Nº de páginas: 464

Editorial: Acantilado

En los albores de la Gran Guerra, el teniente Anton Hofmiller recibe una invitación para acudir al castillo del magnate húngaro Lajos von Kekesfalva, cuya hija, que sufre parálisis crónica, se enamora del joven oficial. Hofmiller, que sólo siente compasión por la joven Edith, decidirá ocultar sus verdaderos sentimientos y le hará tener esperanzas en una pronta recuperación. Llega incluso a prometerse con ella, pero no reconoce su noviazgo en público. Como un criminal en la oscuridad, Hofmiller se refugiará en la guerra, de donde regresará como un auténtico héroe. 

Este libro es un catálogo maestro de las emociones y la psicología humanas. En literatura solemos encontrarnos con los grandes temas (el amor, el destino, la muerte…) a menudo tratados de manera muy genérica, sostenidos por numerosos clichés, lo que crea un cosmos que percibimos como factible pero que se aleja en gran medida de nuestro propio mundo interior. Como excepción a esta tendencia, a veces encontramos una obra maestra en la que la forma de sentir de los personajes no es lineal ni absoluta sino que está plagada de errores en los que vemos reflejados nuestras propias contradicciones. Es el caso de este libro de Stefan Zweig.

¿Por qué preocuparme de si he dicho demasiado o demasiado poco? Aunque haya prometido más de lo que honradamente debía, esa mentira piadosa la ha hecho feliz, y hacer feliz a una persona no puede ser pecado ni delito.

Es una obra desgarradora de principio a fin pero solo empezamos a ver el fondo de ello más allá de las 100 primeras páginas, cuando el estructurado relato del narrador protagonista empieza a desmoronarse. El tema de la compasión funciona como hilo conductor pero lo que realmente da peso a la historia es la infinidad de emociones y conflictos que experimentan los personajes, lo que les hace salir de las páginas para hablarnos cara a cara de nuestros propios pliegues internos. Los prejuicios del teniente Hofmiller, su ingenuidad juvenil que en un principio se esconde tras su uniforme y de la que nos vamos percatando poco a poco, esa sensación de asfixia por saberse amado por una persona a la que él no corresponde (o no se permite corresponder), la imposibilidad de ser el dueño de la situación, la incredulidad ante la alegría de otros cuando uno sabe de las desgracias que ocurren alrededor, su manera de atribuir siempre rasgos infantiles a Edith para posicionarla en un nivel inferior al suyo y alejar el problema de su persona… Uno de los aspectos más logrados, en mi opinión, es precisamente ese: el narrador es completamente parcial e imperfecto y somos conscientes de ello pero a menudo consigue engañarnos y hacernos ver su versión de los hechos como la única posible, aunque solo sea por un momento.

Pero hay dos clases de compasión. Una, la débil y sentimental, que en realidad sólo es impaciencia del corazón por liberarse lo antes posible de la penosa emoción ante una desgracia ajena, es una compasión que no es exactamente compasión, sino una defensa instintiva del alma frente al dolor ajeno. Y la otra, la única que cuenta, es la desprovista de lo sentimental, pero creativa, que sabe lo que quiere y está dispuesta a aguantar con paciencia y resignación hasta sus últimas fuerzas e incluso más allá.

Al principio nos lo preguntamos, más tarde lo confirmamos: frente a Edith, él es el más inmaduro de los dos. El autor nos presenta la inhabilidad del teniente para tomar las riendas de su vida como un contraste directo con su actitud cuando está a lomos del caballo, el único lugar en el que siente que está a cargo de la situación. En el ámbito personal, sus decisiones, una tras otra, llegan siempre sugeridas por los demás, lo que lo lleva a una espiral descontrolada de angustias a la que se abandona. Una serie de acciones desacertadas que en sí mismas podrían parecer inofensivas lo llevan al borde del suicidio con tal de evitar el escarnio público.

Hombre sin experiencia, no probado en el crisol de la vida, nunca me hubiera atrevido a sospechar la existencia de este secreto terrible: que el grito de pánico del ansia de vivir resuena con más rabia precisamente en el abismo más profundo de la desesperación. Fue en aquel instante cuando el conocimiento de este hecho se clavó en mí como un puñal ardiente.

A toda esta miríada de reflexiones hay que sumar un estilo narrativo íntimo y elegante que ya de por sí es motivo suficiente de disfrute. Es un libro para leer despacio, para sufrirlo un poco o bastante y, si es posible, desmontarlo después con alguien que también lo haya leído y que pueda tener otra perspectiva para apreciarlo en su totalidad. Como en un caleidoscopio, no creo que pueda haber dos lecturas iguales de una obra tan completa.

Mi versión de la portada:

laimpacienciadelcorazon

Flaming June, Frederic Leighton (1830 – 1896)

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