‘Industrias y andanzas de Alfanhuí’ de Rafael Sánchez Ferlosio

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Año de publicación: 1951

Nº de páginas: 133

Editorial: Austral

Alfanhuí era amigo de los lagartos y del gallo de una veleta que le enseñó mucho sobre los colores. Estudió con un taxidermista cuya criada se puso verde y se murió. Alfanhuí vive las aventuras como espectador que las adapta a una cotidianeidad fantástica en la que nada es estridente. Entre una y otra andanza va creciendo e l protagonista, cual Lazarillo moderno, entre los viejos pueblos y la polvorientas rutas que pinta magistralmente Sánchez Ferlosio.

Leer este libro se parece mucho a contemplar una pintura de gran formato llena de elementos, signos y colores que se entrelazan, se acercan y se alejan para crear una cálida sensación de sorpresa.  El realismo mágico que impregna toda la obra nos muestra una infinidad de imágenes y personajes pintorescos con una fuerza tremenda. Es difícil no verse transportado por las aventuras extraordinarias del pequeño Alfanhuí mientras recorre España en busca de fortuna.

La pensión era un piso pequeño que daba a un patio interior, oscuro y todo lleno de fresqueras con agujeritos. También había, de ventana a ventana, y en todos los pisos, alambres para colgar la ropa. Y cuando coincidía que todos los vecinos colgaban sus sábanas a la vez, quedaba el patio todo espeso de láminas, del suelo al cielo, como un hojaldre.

Es necesario mencionar el paralelismo entre las andanzas y enseñanzas de Alfanhuí y las de otros protagonistas de la picaresca española como el Lazarillo de Tormes. Sin embargo, la obra se aleja sensiblemente de este género ya que también es inevitable atribuirle un carácter de cuento de hadas. Tanto los personajes como las situaciones tienen esa calidad liviana y escueta de las fábulas. Animales, árboles y objetos inanimados juegan un papel de personajes principales: el gallo de la veleta, los lagartos, el castaño, las arcas de la abuela, los alcaravanes…

Alfanhuí pasó a otro salón. Se oía allí un zumbar extraño. Junto a la rendijita de luz de una ventana, había un clavicordio. Blanco, con ribetes dorados. El zumbido venía de aquello. Alfanhuí se acercó y tocó una tecla. La tecla se hundió lentamente, y después de una pausa, sonó una nota lenta, melosa, larga y amortiguada. Abrió la tapadera del clavicordio. El zumbido sonó muchísimo más alto. Miró. El clavicordio era una colmena. Parecía todo de oro. Los paneles estaban construidos sobre el arpa, a lo largo de las cuerdas. Las abejas trabajaban; alguna se posaba en las manos de Alfanhuí; otras, salían por la rendija de luz; otras entraban. Por debajo del arpa había un enorme depósito de miel que cogía toda la caja del clavicordio y tenía cuatro dedos de altura. Esta miel se salía por los resquicios de entre las maderas y colgaban hasta el suelo, por fuera del clavicordio. Colgaba en hilos, como la orla de un chal.

La obra está llena de pasajes preciosos, a medio camino entre el sueño y la realidad, que piden a gritos una relectura detrás de otra. Queda una emoción luminosa cuando se acaba. Es sin duda uno de esos libros que una desearía que fueran más largos, no porque falte historia, sino porque sería maravilloso tener más. Seguramente no sería más perfecto.

Nadie sabía lo que aquello significaba. Pero era un verdadero tesoro, porque no se podía vender. La gente cree que es tesoro todo lo que vale mucho, pero el verdadero tesoro es lo que no se puede vender. Tesoro es lo que vale tanto que no vale nada.

Te gustará si te gustó ‘Las ciudades invisibles’ de Italo Calvino.

Mi versión de la portada:

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